Las dos horas más terribles de mi vida.
por Uli Hoeness
ULI HOENESS fue el elemento clave en el medio campo del equipo alemán que conquistara la Copa del Mundo en 1974. Aquí recuerda la histórica final de Munich, frente a la aparentemente invencible «naranja mecánica» holandesa.
Y el 7 de julio de 1974 estábamos finalmente en el Estadio Olímpico de Munich. Jugando la final. Si alguien lo hubiera dado por supuesto unos meses antes nos hubiéramos reído. Nunca se puede estar seguro de nada en una rueda final de la Copa del Mundo. Y durante su transcurso mucha gente había perdido su confianza en nosotros. De modo que ahora no teníamos mucho que perder.
El viento soplaba en la otra dirección en el campamento holandés. Todos hablaban en contra nuestra y a favor de los naranjas, que durante las tres semanas del Mundial se habían convertido en semidioses del fútbol.
Ellos barrían a sus oponentes como un tornado que los atacaba desde todas las direcciones. Menos en el partido que se empantanaron frente a los suecos, habían marcado goles como para filmarlos, goles a los que ninguno podía resistirse. Y en los diarios se leía que todavía la máquina holandesa no había sido exigida.
Muchos nos compadecían, cumplíamos un papel secundario y nuestro equipo carecía de las condiciones como para oponerse al avance irresistible de Holanda hacia el título.
Nuestro núcleo pertenecía al Bayern Munich, al que el Ajax -la base de Holanda- había destrozado en la final de la Copa de Europa por 4 a 0 . «Haremos polvo a los alemanes como hicimos polvo al Bayern», decían.
Bajo el techo plástico del Estadio Olímpico, se oían las cornetas y las bombas. El publico estaba inspirado, Comprendimos que esperaba todo de nosotros. Franz Beckenbauer ganó el sorteo. Los holandeses tenían la salida. Hicieron correr la pelota una vez a la izquierda, una vez a la derecha, el jueguito para el que ya estábamos preparados. Pero de pronto vieron el claro en nuestra defensa y hacía allí salieron disparados.
Cruyff lo superó a su marcador Berti Vogts -iba a ser la única vez en el partido- y al acercarse al área yo extendí mi pierna y Cruyff cayó hacia adelante.
Podría jurar que «el lugar del hecho» estaba fuera del área. Cuando oyeron el silbato del árbitro. Schwarzenbeck y Beckenbauer dijeron a coro. «¡Rápido, la barrera!». Creían, lo mismo que yo, que el juez había penado un tiro libre. Casi me muero cuando veo que señala el punto de los once metros. ¡No podía ser verdad!
Y sin embargo, era verdad. Recién me desperté cuando el tablero electrónico marcaba el gol de Neeskens. ¡Comenzar perdiendo 1 a 0 cuando solo había pasado un minuto de la final de la Copa del Mundo! ¡Sin que ninguno de los nuestros hubiera tocado la pelota! ¿Tenían realmente los holandeses un pacto con el diablo?
Pero como el boxeador golpeado, sacamos fuerzas de flaqueza. Hölzenbein superaba a su marcador Suurbier cada vez que se lo proponía. El duelo entre Grabowski, que ese día cumplía 30 años y Krol era digno de verse. Müller resistente como el cuero, no le permitía un segundo de descuido a Rijsbergen. En el medio campo, Overath superaba una y otra vez a Jansen, acallando de una vez a sus críticos. El famoso Neeskens desaparecía tragado por Bonhof y yo marcaba a van Hanegem acompañándolo, obligándolo a los largos piques que no le gestaban nada.
Nos pareció que los holandeses aflojaban. Hölzenbein arrastro a tres de ellos dentro del área. Un naranja aplicó el «freno de seguridad» . De inmediato, el árbitro Taylor señaló el penal. Sin dar lugar a discusiones, como en el primero del partido. Nuestro ejecutor número uno era Gerd Müller. Se coloco en el lugar del shoteador. Pero trotando de atrás llegó Paul Breitner, tiro y la pelota salió como un rayo hasta la red de Jongbloed. Después Paul nos confeso que había sentido un impulso irresistible, que había sorprendido a amigos y enemigos. Era su tercer tanto en el torneo, a pesar de su posición de defensor.
Pero Gerd también tuvo su oportunidad. Bonhof, en la punta lo atrajo a Neeskens. Salió el centro hacia Müller. Una media vuelta relampagueante, la pelota junto al poste. Un legítimo gol de Müller en el instante preciso. Antes de concluir el primer tiempo habíamos dado vuelta al partido.
Estábamos convencidos de que en el segundo tiempo íbamos a conocer el ataque holandés, capaz de llevar el desconcierto a cualquier equipo con una ofensiva incondicional. Y algunas veces vacilamos.
Pero todo concluyó cuando el árbitro Taylor dio por terminado el partido. Cada uno de nosotros quedó como en trance. Gerd Müller arrojó sus zapatos al aire y se lanzo a correr por la pista que rodea el campo de juego. Sepp Maier besaba a todos los que se cruzaban por su camino. Berti repetía como una letanía «World Cup, World Cup». En los vestuarios, nos esperaban enormes botellas de champagne. ¡Eramos campeones del mundo! ¡Al diablo con todos los pájaros de mal agüero!
Publicado en «Fussball Weltmeisterschaft 1974 – Deutschland», por Uli Hoeness, Paul Breitner y Udo Lattek, Sigloch Service Edition, Künzelsau.